La devastación es impresionante. En Paso Real y en el cercano pueblo de Los Palacios, la cabecera municipal, el Gustav destruyó total o parcialmente 13.000 hogares, el 79% del total. La red eléctrica fue aniquilada, al igual que el sistema telefónico, y todos los centros productivos de educación y de salud sufrieron daños severos. Cuando empezaban las labores de recuperación y el ejército traía las primeras ayudas y cubiertas, llegó Ike.
Increíblemente, este ciclón repitió el 9 de septiembre la misma trayectoria de Gustav en Pinar del Río. El anemómetro de Paso Real, ya arreglado, registró ráfagas de 190 kilómetros por hora. "Casi nos volvemos locos. Esto ha sido lo más grande de la vida", dice Odalis Álvarez en su domicilio de Los Palacios, 90 kilómetros al oeste de La Habana.
Pese a que ha perdido casi todas sus pertenencias, incluidas el refrigerador, los ventiladores y un viejo televisor soviético en blanco y negro, ha corrido con suerte: su casa se quedó sin techo pero resistió y su familia se ha salvado. El sistema de Defensa Civil cubano, que en este municipio evacuó a más de 18.000 personas -el 50% de su población-, advirtió de la fuerza de Gustav. Pero Odalis no pensó que la catástrofe sería tanta y permaneció en su vivienda. "Nos salvamos de milagro: por unos segundos pudimos refugiarnos con mi mamá y los niños en casa de unos vecinos".
Dos días después del azote de Gustav las autoridades les dieron tejas de fibra de cemento para reparar el destrozo, pero cuando las estaban colocando llegó la alarma de Ike. "Nos dio tiempo a desmontarlas, pero miles de personas han perdido de nuevo sus techos". Sobre el futuro, es pesimista: "Con lo que gano no sé cómo voy a recuperar lo perdido, y en el país el desastre es tan grande que, aunque quiera, el Estado no puede". Y agrega: "Hace falta ayuda de afuera, de donde sea".
En un hecho singular, ayer el diario Granma corroboraba lo que decía Odalis intuitivamente. "Imposible resolver la magnitud de la catástrofe con los recursos disponibles, pero nuestra gente es la primera prioridad", destacaba el periódico al entrevistar al general Carlos Lezcano, presidente del Instituto Nacional de Reservas Estatales. Lezcano aseguraba que todas las reservas existentes, incluidas las militares, se dedican a afrontar el desastre. El objetivo inmediato es atender a los damnificados. Pero es que los damnificados son cinco, seis millones, nadie sabe.
Odalis recibió cubiertas para reparar el techo pero no su vecino, que por ironía del destino se llama Carlos Casanueva. "Con el primer huracán iban a darnos ayuda, pero ahora no sé qué pasará", dice, mientras remienda el techo de casa con tablas y chapas viejas. Las necesidades son tremendas. Localidades de oriente, como Gibara y Baracoa, a 1.000 kilómetros de Los Palacios, están destruidas. En Holguín, 90.000 casas se han derrumbado y se ha perdido el 90% de la cosecha de plátano.
"Lo que viene es muy duro, vamos a pasar hambre", vaticina Luis García, un familiar de Casanueva que cree que ahora están "en veremos" los planes liberalizadores de Raúl Castro para reactivar la agricultura. "Aquí iban a repartir tierras a quienes quisieran cultivar arroz, pero imagino que ahora eso se irá a pique".
En Paso Real muchos damnificados se sienten impotentes y pierden los nervios, como Delbis. "No tenemos nada, vamos para dos semanas sin luz y no ha venido nadie ni nos han dado nada". Su vecino, el barbero Misael Pérez, dice más: "Este pueblo siempre ha estado abandonado, y ahora los huracanes se han llevado lo poco que había".
Son palabras duras. A la salida de Los Palacios se ven camiones militares llevando y trayendo tablas y tejas, y unas brigadas tratan de restablecer el suministro eléctrico. Todo está volcado hacia la recuperación, pero el golpe ha sido demasiado fuerte. En la radio dan la noticia de dos nuevos muertos, ya van siete.