martes, 12 de enero de 2010

Andrés Pascual: La Pequeña Serie Mundial De 1959


Andrés Pascual: La Pequeña Serie Mundial De 1959

USA, 12 de enero de 2010. La Pequeña Serie Mundial es el encuentro de postemporada que decide el campeón de las ligas menores, clasificación Triple-A, entre el ganador de la Liga Internacional y el vencedor de la Asociación Americana. Según escribió Stew Thornley en el libro “La gloria y la fama de los Molineros de Minneapolis”, pocas en su historia fueron tan excitantes y peligrosas como la que jugaron en 1959 los Cubans Sugar Kings, de La Habana, y el club objeto del libro. Y es que no sólo fue una de las más disputadas juego por juego en la que el séptimo se decidió en el noveno inning con otros dos en entradas extras; sino que, según Thornley, testigo presencial del evento como reportero, “Fue la única en que las ametralladoras y fusiles superaban el número de bates de las dos bateras de ambos equipos juntos…”

Los Molineros, un equipo sucursal de los Medias Rojas de Boston dirigido ese año por Gene Mauch, era, en 1959, el defensor del banderín ganado el año anterior por barrida en 4 juegos contra los Reales de Montreal; el de 1959 seria el Clásico # 42 de su tipo. Minneapolis hacia su tercera aparición en cinco años en la Pequeña Serie Mundial, a la que asistió reforzado con dos jugadores que el siguiente estarían en el club matriz de la Liga Americana: el jardinero Lou Clinton y el entonces segunda base de 19 anos, inmortal del juego, Carl Yastrzemski, quien se había unido al equipo durante los playoff de la Asociación.

Del otro lado, los Cubans habían concluido en el 1958 en el frío sótano de la Internacional; pero en el 1959 lo terminaron en el tercer lugar del estado de los equipos del calendario regular, entonces se impusieron al Columbus y al Richmond en los playoff ganando el boleto al Clásico. A los Cubans los dirigió Preston Gómez y su plantilla fue una mezcla de peloteros latinos con mayoría cubana y de refuerzos americanos aportados por el club matriz, los Rojos de Cincinnatti. Varios de los jugadores de los Azucareros ganarían respeto y fama en Grandes Ligas a través de sólidas carreras durante la siguiente década, como Leonardo Cárdenas, Miguel Cuellar, Cuqui Rojas, Haitiano González o el cubano-venezolano Elio “Pelayito” Chacón y, por sus soberbios relevos para los Yanquis en Serie Mundial, el lanzador zurdo boricua Luis “Tite” Arroyo. Ese fue el año, 1959, en que Cuba perdió la categoría de “paraíso”, convirtiéndose en una pesadilla que alcanzaría niveles de infierno en muy poco tiempo. Bajo condiciones únicas de peligro, no vistas ni antes ni después en esos eventos, se celebró la más grande e importante serie jugada por un equipo cubano e hispanoamericano jamás hecha posible hasta hoy en el Béisbol Organizado.

El peligro por el evento terrorista con justificación política o por desborde de la alegría del año en que se consolidó la confusión de todo el pueblo repercutió en la pelota: poco después de la medianoche del 26 de julio, mientras jugaban los Cubans contra los Alas Rojas de Rochester el 11vo. inning en el Cerro un partido del calendario regular, las demostraciones de celebración por la fecha del Ataque al Cuartel Moncada seis años antes incluyeron tableteo de ametralladores y disparos continuados con fusiles, pistolas y revólveres, que convirtió a La Habana en una plaza en guerra extraña y varios plomos encontraron su camino de descenso dentro del terreno de juego, hiriendo levemente al coach de tercera del Rochester, Frank Verdi y al torpedero cubano Leonardo Cárdenas. Este incidente estuvo a escasos milímetros de adelantar el traslado de ciudad de los Caneros por el peligro que representaba tan irresponsable acción, lo que se produjo en julio del año siguiente bajo señalamientos de “peligro extremo”, sobre todo para los jugadores de los clubes visitantes, que se quejaron por la anomalía.

Roberto “Bobby” Maduro, propietario de los Cubans y para no perder la oportunidad de celebrar la Pequeña Serie Mundial en el estadio de la barriada del Cerro, le elevó al presidente del circuito, Mr. Frank Schaugnessey, un comunicado en el que decía: “No hay violencia en La Habana ya. Los fanáticos, por ahora, sólo tienen presente el béisbol en sus intereses.” Fidel, personalmente, garantizó la observación que, indudablemente, fue una súplica. Las Ligas Menores, a través de Mr. George Trautman y el propio Circuito Internacional, así como el Secretario de Estado Cristian Herter, lo aceptaron…la Pequeña Serie Mundial tenía bandera de vía segura en el carril antillano. La serie se inicio en Bloomington, Minnesota, en el estadio Metropolitano. Allá iban a ser jugados los primeros tres juegos del evento; pero un repentino tiempo invernal con grandes nevadas decidió el destino de los juegos en el estado…

El domingo (27 de septiembre de 1959) sólo 2,486 fanáticos asistieron a ver caer su equipo 2-5 contra los Cubans en el inaugural. A 1500 millas de casa, con un frío desconocido para ellos, una legión de fanáticos de toda Cuba estaba en las gradas de aquel estadio ese día, con la algarabía natural del Cerro, con el Hombre de la Sirena y con el incansable repicar de timbales y trompetas de la conga de Papa Boza apoyando a los suyos de tal forma que los Molineros aparentaban ser huérfanos de fanaticada aún en su casa. Según escribió Thornley, “parecía que la tierra se tragaría al estadio cuando los visitantes lograron un racimo de cuatro carreras en el tercero por el atronador ruido de maracas y sirenas generalizado, matizado con el ondear de banderas cubanas por varias secciones de la instalación.

El tiempo empeoró y la asistencia decreció para el juego # 2 con sólo 1,062 pagando la entrada; pero ésto no detuvo la artillería de largo alcance de los Molineros, que revertieron desventajas de 0-2 y 2-5, para finalmente imponerse 6-5: Roy Smalley, cuñado del manager Gene Mauch, metió un jonron para empatar a dos en el segundo y Lou Clinton y Red Robbins reempataron a cinco, también con cuadrangulares, cerrando el octavo. La victoria de los de casa se produjo por medio de otro jonron de Ed Sadowski abriendo el noveno.

Los jugadores de los Cubans parecían más afectados por la fría temperatura que por los racimos de anotaciones de los Molineros: el consumo de grandes cantidades de café hirviendo y el uso de toallas y colchas para envolverse daban una imagen ártica al dugout visitante. La revista Bohemia publicó una curiosa foto de AFP en la que se veía a Novack, Cárdenas, Borrego, Davalillo y Morejon alrededor de un latón de basura que encendieron dentro del dugout para calentarse en medio del tremendo frío.

El 29 de septiembre de 1959 se suspendió el juego por nevada producto de la lluvia y la Comisión de Ligas Menores decidió el traslado a La Habana de los partidos restantes. Para muchos entendidos que participaron en el acontecimiento, desde jugadores a narradores, ese traslado beneficio al club cubano a extremos de que consideran que la Serie se ganó con la ayuda del tiempo que influyó decisivamente en el traslado total restante de los juegos al Estadio del Cerro.

El tiempo en La Habana era agradable para jugar béisbol comparado con la sede abandonada; pero más lo fue la calurosa recepción que recibieron ambos equipos por el fanático habanero. Si a la Serie entre Yanquis y Mets hoy, como a la de los Bombarderos y el Brooklyn ayer se les llama “La del Metro”, aquella que se jugó como colofón a la campana de Ligas Menores de 1959 se le debió apodar la del Estrecho de la Florida. Empezaba entonces el enfrentamiento, ante su público, del verdadero momento de grandeza de la pelota cubana hasta el día de hoy con los Cubans contra Minneapolis.

En medio de una majestuosa parada de bienvenida desde el aeropuerto a la ciudad, luego de su arribo al país ambos equipos y en una gala al efecto, Bobby Maduro dijo: “Esto es un evento nacional”. Fidel Castro estaba presente y no habló; pero asistiría a cada desafió efectuado y toda la cúpula gubernamental debió presenciar en vivo por lo menos un juego como política personal dictada por el sátrapa. Castro entró al terreno por el jardín central para el primer y último juego celebrado en Cuba; una marea de servilletas blancas dio la impresión de nieve sobre la gradería cuando apareció por primera vez y el griterío, que se escuchó a 10 cuadras a la redonda, fue largo y estridente. El mercurio marco 90 grados de temperatura. Castro se sentó en diferentes secciones de palcos en cada juego y, en uno de ellos, se le retrató en la cueva de los Cubans, entre Borrego y Ray Shearer.

En la pequeña ceremonia en el plato que precedió el primer juego, el dictador se dirigió a los más de 25000 asistentes: “Vine aquí para ver a nuestro equipo derrotar al Minneapolis; no como Premier, sino como fanático; quiero que nuestra novena gane la Pequeña Serie Mundial… ¿Que mejor después del triunfo de la Revolución?” Acto seguido le dio la mano a cada jugador de ambos equipos. Según Stew Thornley, los Molineros estaban nerviosos con aquellos barbudos que los saludaban por señas de manos y cabezas hasta 7 veces cada uno, por lo que salían muy poco de sus cuartos en el Havana Hilton. Algunos consideraron como trabajo colateral de apoyo a la victoria después, las formas como explotaron ese miedo de una mayoría de americanos adolescentes casi que no se podían explicar aquel fenómeno revolucionario en ninguna variante.

Aunque Gene Mauch siempre dijo que nunca se sintieron amenazados, más de 3,000 soldados estaban allí durante los juegos, alineados como segunda barrera de protección a las reglas de terreno por el público dentro del diamante, o en los dugouts…Ted Bowsfield, pitcher del Minneapolis, describió así su preocupación: “Eran jóvenes, muchos de 14, 15 y 16 años jugando con sus armas al lado de uno. A cada rato oíamos disparos fuera del estadio y nunca supimos la razón…”

Tom Umphlett, jardinero central visitante, al entrar al dugout después de hacer una cogida a lo profundo de su posición terminando un inning, le comentó aterrorizado a Mauch: “Uno de esos barbudos me prometió que me iba a matar y le hizo la señal de media circunferencia con el dedo a través del cuello que en Cuba no se hace como para cortar la cabeza; sino como símbolo de victoria en un juego. Evidentemente, el Minneapolis jugó aterrorizado aquella serie.

El tercer juego lo abrió el equipo de la Asociación con ventaja de 2-0; pero los Cubans empataron en el octavo a dos y ganaron con otra en el décimo. Yastrzemski, que la sacó a 400 pies por entre el central y el derecho en este juego, escribió en su autobiografía: “Era una revolución en las calles y las armas disparadas constantemente en tus narices hacían violento el espectáculo”

Los Sugar Kings empataron a tres el cuarto juego en el cierre del noveno con sencillo de Daniel Morejon, que también trajo la anotación ganadora con otro hit en el decimoprimero. A uno de la eliminación en cuatro juegos, el Minneapolis se sobrepuso al temor infundado por “los peluses” y ganaron los próximos dos, empatando a tres la serie. Para el séptimo, Castro alteró su entrada desde el centro del terreno y, en vez de pasar frente a la cueva de los cubanos, lo hizo por la de los visitantes. De acuerdo a Lefty Locklin, del Minneapolis, cuando pasó frente al bullpen, despacio y mirándolo fijamente, le dijo en inglés mientras se tocaba la pistola que llevaba: “Hoy ganamos nosotros”. Sin embargo, los Molineros dieron la impresión de que no creían en supuestos fantasmas y Joe Macko abrió el cuarto episodio con jonron al izquierdo, mientras Lou Clinton hacia lo mismo en la sexta para poner delante a su equipo 2-0.

La ventaja forastera se mantuvo hasta el 8vo. en que Chacon abrió con sencillo y después de un out, Morejon bateó una bola sin mucha fuerza que picó y se internó en el público bajo reglas de terreno para un doble. Ray Shearer se ponchó sin tirarle para el segundo out; pero el emergente Larry Novak conectó hit al centro para empatar el desafío. Al final del noveno y con empate en la pizarra, los Cubans colocaron corredores en segunda y primera con dos outs. La mala suerte de los Molineros, además de la nieve que les canceló servir de anfitriones en 2 juegos, apareció en el plato en la figura del Jugador Más Valioso de aquella Serie, el recientemente fallecido jardinero Daniel Morejon, quien al primer lanzamiento conectó hit de línea al centro que le permitió al corredor Raúl Sánchez llegar antes que el tiro de Umphlett con la carrera que decidió el memorable juego.

Los Molineros de Minneapolis regresaron a su casa tristes por la derrota, pero aliviados por la tensión de la actividad irresponsable enmascarada de juerga y diversión a que todavía se acostumbra la tiranía. Ted Boewsfield declaró en algún momento después: “No tuvo peso perder el juego en ese país y bajo aquellas condiciones, estábamos felices de regresar sanos y salvos…”

Mientras, La Habana iniciaba tres días de fiestas por la tremendísima victoria que, al año siguiente y por esa fecha, como un huracán, ya Castro se había encargado de suspender para siempre obligando a las autoridades americanas a trasladar el club a Nueva Jersey.

Por Andrés Pascual, Cronista Deportivo Cubano y Ex Prisionero Político